Por Delfina Morganti Hernández
A menudo los traductores nos definimos (y aceptamos que nos definan) con metáforas y comparaciones que apelan a ciertos estereotipos generalizados de lo que es y lo que hace un traductor. Así, desde el sentido común, somos intermediarios, mensajeros, puentes entre culturas. ¿Qué hacemos? Trasladamos, transcribimos, trasvasamos, conectamos, intercambiamos, llevamos de un lado al otro. Pero ¿es así?
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“Los traductores profesionales somos como los deportistas profesionales”. |
b) Somos deportistas profesionales en el sentido de que, en la mayoría de los casos, nos toca jugar en equipo y, si falla el equipo, los resultados nos ponen en evidencia. Ya sea que trabajemos para empresas o para clientes directos, muchos de nosotros, incluso los que somos trabajadores autónomos, tenemos un rol activo y sumamente relevante en los equipos lingüísticos que manejan un proyecto de traducción. Al igual que los equipos de deportistas profesionales, tenemos que jugar realmente a la manera mosquetera del “todos para uno y uno para todos” o, de lo contrario, todos sufrimos las consecuencias, incluyendo el cliente final o los receptores de nuestra traducción. Un detalle no menor es que, aunque la mayoría de nosotros trabajemos sentados frente a una computadora, muchas veces corremos como un maratonista; sentimos la misma adrenalina que un tenista en Wimbledon, y nos emociona tanto como un gol de Messi el hecho de dar en el blanco con lo que, para cada uno de nosotros, es “la palabra justa”, “la metáfora ideal”, “el término más correcto”, “el adjetivo que buscaba”, etc., etc.
2. Los traductores profesionales somos como los actores profesionales. Si actuar a nivel profesional es encarnar diversos papeles de manera verosímil, entonces los traductores somos casi actores, solo que al nivel de la hoja, no del escenario, luz, cámara, acción.
¿Todavía te quedan dudas? Pensalo de esta forma: nos ponemos en la piel de otros para difundir su palabra en otra lengua, es decir, interpretamos y les prestamos nuestra voz a personajes ajenos; hacemos de cuenta de que somos esa voz, ese personaje, y buscamos copiarle todas las mañas, todo lo que los hace únicos según lo que interpretamos en el papel, aunque bien sabemos que no somos ese personaje, que no podemos serlo, porque somos nosotros, en una lengua y una cultura distintas.
Además, como en el caso del actor profesional, no basta con tener “talento”. No basta con reunir ciertas características básicas que se asocian con el perfil de un traductor, como saber más de un idioma, tener cierta afinidad por la diversidad de culturas o ser bastante amigo de la tecnología. Hay muchos conocimientos y habilidades que hacen a un buen traductor profesional y que no son meramente técnicos.
Como los actores, tenemos que ser creativos, tener mucha iniciativa propia y cultivar la imaginación. Como los actores (y los deportistas, claro), tenemos que estar preparados para trabajar en equipo, saber lidiar con los imprevistos que eso conlleva y estar dispuestos a salvar el momento —improvisar— cuando alguien se olvida la letra (sea o no literalmente una letra) y las papas queman (esta expresión ya no sería literal).
¿Todavía te quedan dudas? Pensalo de esta forma: nos ponemos en la piel de otros para difundir su palabra en otra lengua, es decir, interpretamos y les prestamos nuestra voz a personajes ajenos; hacemos de cuenta de que somos esa voz, ese personaje, y buscamos copiarle todas las mañas, todo lo que los hace únicos según lo que interpretamos en el papel, aunque bien sabemos que no somos ese personaje, que no podemos serlo, porque somos nosotros, en una lengua y una cultura distintas.
Además, como en el caso del actor profesional, no basta con tener “talento”. No basta con reunir ciertas características básicas que se asocian con el perfil de un traductor, como saber más de un idioma, tener cierta afinidad por la diversidad de culturas o ser bastante amigo de la tecnología. Hay muchos conocimientos y habilidades que hacen a un buen traductor profesional y que no son meramente técnicos.
Como los actores, tenemos que ser creativos, tener mucha iniciativa propia y cultivar la imaginación. Como los actores (y los deportistas, claro), tenemos que estar preparados para trabajar en equipo, saber lidiar con los imprevistos que eso conlleva y estar dispuestos a salvar el momento —improvisar— cuando alguien se olvida la letra (sea o no literalmente una letra) y las papas queman (esta expresión ya no sería literal).
“Somos como los actores profesionales”. |
En general, al igual que los actores, los traductores somos fanáticos de las artes. Muchos somos cinéfilos, ratones de biblioteca, habitantes sospechosos de los museos, pedantes pseudocríticos de arte y literatura, escritores tímidos y no tanto, hábiles o presuntos bailarines y, valga la redundancia, muchos de nosotros también somos actores, aunque más no seamos amateurs. (Ahora que lo pienso, no conozco ningún traductor arquitecto, ¡pero seguramente los haya!).
Por último, al igual que ocurre con los actores, nuestro trabajo nos deja muy expuestos (todos alguna vez acribillamos el nombre de un traductor cuya traducción nos pareció desastrosa). Los traductores profesionales nos debemos a nuestro público, como los actores. Toda nuestra performance está milimétricamente pensada en función de los destinatarios. ¡Queremos gustar! O, más bien, queremos que nuestra traducción “guste”, que llegue, que se comprenda, que sea útil, que cumpla su cometido. Y, si todo sale bien, los elogios (en forma de palabras o también aplausos) son más que bienvenidos. Paradójicamente, es raro que nos pidan un autógrafo o, como sucede hoy en día con los actores “de verdad”, una selfie. Claramente, no somos celebrities. Aunque sí hay muchos traductores clásicos y contemporáneos, argentinos e internacionales, que podríamos calificar de vedettes de la profesión, como Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Jaime Rest, Sergio Viaggio, Alberto Girri, Pablo Ingberg, Xosé Castro Roig y tantos otros nombres que ahora se me escapan.
Por último, al igual que ocurre con los actores, nuestro trabajo nos deja muy expuestos (todos alguna vez acribillamos el nombre de un traductor cuya traducción nos pareció desastrosa). Los traductores profesionales nos debemos a nuestro público, como los actores. Toda nuestra performance está milimétricamente pensada en función de los destinatarios. ¡Queremos gustar! O, más bien, queremos que nuestra traducción “guste”, que llegue, que se comprenda, que sea útil, que cumpla su cometido. Y, si todo sale bien, los elogios (en forma de palabras o también aplausos) son más que bienvenidos. Paradójicamente, es raro que nos pidan un autógrafo o, como sucede hoy en día con los actores “de verdad”, una selfie. Claramente, no somos celebrities. Aunque sí hay muchos traductores clásicos y contemporáneos, argentinos e internacionales, que podríamos calificar de vedettes de la profesión, como Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Jaime Rest, Sergio Viaggio, Alberto Girri, Pablo Ingberg, Xosé Castro Roig y tantos otros nombres que ahora se me escapan.
3. Los traductores profesionales somos como los ilusionistas profesionales. Nos jactamos de ser “invisibles” pero, en realidad, lo que queremos es ser ilusionistas: hacer parecer que la traducción no es una traducción, sino un auténtico original, un texto que nació en la lengua a la que estamos traduciendo. Buscamos, de buena fe, dar la impresión de que lo que está leyendo el lector es un texto hecho y derecho en el idioma al que lo tradujimos, con un estilo espontáneo y ameno en esa lengua de llegada, pero, en realidad, sabemos que estamos orquestando una ilusión, que nuestro producto final, por más puro y autónomo que suene, es un derivado de otro texto, un texto otro, que alguien nos encargó traducir.
Ahora bien, ¿es menos o peor la traducción por ser una obra derivada de otro texto que, cronológicamente hablando, la antecede? Yo creo que no. ¿Es más y mejor ese otro texto que antecede a la traducción? Yo creo que no. En definitiva, ese otro texto no es más que nuestro texto fuente. No tiene nada de puro ni es mejor por existir antes que la traducción. Es simplemente nuestro texto de partida que, por lo demás, seguramente intente ser representativo de aquello que describe o explica o relata, de modo que tampoco sería, en sí, un original “puro”, así que la noción de original es irrelevante y anticuada y poco útil a los fines prácticos.
Ahora bien, ¿es menos o peor la traducción por ser una obra derivada de otro texto que, cronológicamente hablando, la antecede? Yo creo que no. ¿Es más y mejor ese otro texto que antecede a la traducción? Yo creo que no. En definitiva, ese otro texto no es más que nuestro texto fuente. No tiene nada de puro ni es mejor por existir antes que la traducción. Es simplemente nuestro texto de partida que, por lo demás, seguramente intente ser representativo de aquello que describe o explica o relata, de modo que tampoco sería, en sí, un original “puro”, así que la noción de original es irrelevante y anticuada y poco útil a los fines prácticos.
“Somos como los ilusionistas profesionales”. |
Pero para terminar con la comparación traductores-ilusionistas, voy a agregar que, al igual que estos últimos, los traductores tenemos que valernos de nuestro ingenio para burlar las habilidades perceptivas de nuestra audiencia (hacer creer); debemos mantener un entrenamiento constante, tanto físico como mental, para perfeccionarnos, estar actualizados y en forma a fin de pulir cada vez más nuestra calidad como profesionales y sortear los desafíos de trabajar bajo la presión del tiempo. También, así como los ilusionistas eligen una personalidad y estudian la bibliografía sobre el tema para encarnarla cada vez que suben al escenario, los traductores elegimos una o más áreas de especialidad y estudiamos la bibliografía sobre esos campos con el fin de volvernos especialistas en el tema y que el público (los clientes, otros colegas, etc.) pueda depositar su confianza en nosotros a la hora de traducir textos de una determinada disciplina.
¿Y vos? ¿Ya encontraste tu manera poco convencional de definir qué es y qué hace un traductor?
Delfina Morganti Hernández es escritora, comunicadora publicitaria, traductora e intérprete de inglés y español, matriculada en el Colegio de Traductores de la Provincia de Santa Fe, 2.ª Circ., y miembro activo de la Asociación de Profesionales en Marketing (APMKT) de Rosario. Escribe, traduce y corrige textos sobre marketing y publicidad, recursos humanos, videojuegos y educación. Es autora del ebook sobre traducción literaria: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad. Un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria y del libro de poemas Las lenguas que me habitan. The languages within me. Les langues dans ma peau. Ha cursado estudios en Letras y Publicidad, y se desempeña como creadora de contenidos para el programa de radio online Traductores, al aire. Actualmente, continúa especializándose en marketing estratégico y digital, realizando las actividades artísticas que nutren su potencial creativo y participando en contenidos colaborativos con otros comunicadores como Hablemos de marketing y Generistas. >> Más info
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