Por Delfina Morganti Hernández
Capacitadora en marketing para traductores • Copywriter en inglés y español Dos traductoras distintas, Paula y Sofía, cotizan la traducción de un documento de inglés a español al mismo cliente, Juan. Paula cotiza 5 pesos, Sofía 3. Ambas envían solo números en sus cotizaciones... ¿A quién creés que elegirá Juan? Mmm... Exacto.Este es un caso real
El caso de Paula y Sofía es moneda corriente en el mercado de la traducción. El cliente tiene el poder de compra, como en muchos otros mercados, pero, en el nuestro, rara vez ve diferencias entre dos proveedores de lo que se percibe como el mismo servicio, entonces, dice: “Ajá. ¿Las dos venden lo mismo? Genial, chicas. Vamos a ver cuál de las dos me lo vende más barato. Y me lo entrega más rápido también, ya que estamos”.
Como Sofía no tiene algo distinto para aportar al mercado, o tal vez aún no lo descubrió, ¿qué es lo que le queda por hacer, porque teme no obtener el trabajo si cobra lo justo? Mmm... bajar sus precios. Entonces, Sofía dice: “Bueno, yo le bajo el precio un poquito, así me aseguro el trabajo y voy ganando experiencia”. Paula podría enterarse y decir: “Pará, si es por un poco, yo te lo puedo hacer más barato también. O te congelo la tarifa”. Sofía dice: “Yo lo bajo un poco más y te lo hago más rápido. Me dedico exclusivamente a tomar todos los proyectos que me ofrezcas para traducir”. El tire y el afloje podrían seguir hasta el 2087... ¿A qué llegamos después de este mano a mano? A algo que yo, personalmente, detesto, porque sé que es innecesario, inútil y a nadie le conviene, ni siquiera al cliente: llegamos a una guerra de precios. Una guerra de precios en la que nadie gana y el servicio profesional es visto cada vez más como un commodity. ¡¿Y para eso nos quemamos las pestañas en la universidad y después?! Una guerra de precios en la que el poder lo tiene y lo retiene el cliente, y ni siquiera el cliente se da cuenta de que, por abaratar costos, lo que está recibiendo es, o bien un servicio o de muy baja calidad, deficiente, con problemas que hacen que el mensaje no llegue a la cultura meta o no cumpla los objetivos de forma óptima, o un servicio medianamente aceptable pero brindado por una traductora que, para poder vivir de la traducción —porque vamos a suponer que igual, en esas condiciones, Sofía logra vivir de la traducción— tiene que trabajar todo el día: 8, 10 o 12 horas por día, incluidos casi todos los fines de semana y feriados. El mercado de la traducción funciona, en gran parte, con base en un modelo de competencia por precio (y competencia, encima, desleal) y no por valor. Porque pocos traductores saben marketing, pocos saben cuál es su valor, y pocos logran comunicarlo de manera eficaz al cliente. Estas son algunas razones por las que cada vez son más los traductores que eligen formarse en marketing y comunicación:
✅Elaborar un CV moderno, organizado y que impacte en el potencial cliente.
✅Armar mi estrategia de marketing para empezar a "venderme" con mi especialización. ✅Reinsertarme para trabajar full time. ✅Aprender a redactar contenido que genere interés en clientes potenciales. ✅Promocionar correctamente el servicio en el mercado. ✅Entender y llevar a cabo técnicas de marketing con mi marca personal. ✅Saber qué preguntar a mis potenciales clientes para crear conversación. ✅Formular mi propuesta de valor. ✅Potenciar mis fortalezas y cualidades como traductora para saber a qué mercados apuntar. Estas frases están calcadas de encuestas que he realizado a mis colegas. Curiosamente, nadie menciona jamás la oportunidad de usar las herramientas que nos brinda el marketing para dejar de competir por precio en el mercado de la traducción y comenzar a competir por valor.
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