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Crónicas de una traductora literaria en Buenos Aires

28/5/2017

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Por Delfina Morganti Hernández

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YO VINE A MATAR AL AUTOR

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Son las nueve y media de una mañana fresca y soleada en Buenos Aires. Hoy, viernes 21 de octubre, es el primer día oficial en la agenda de la Escuela de Otoño de Traducción Literaria.
   Entro al Instituto Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández” por la puerta equivocada, porque yo estoy buscando el salón 400, que está en el cuarto piso del edificio nuevo, pero la verdad es que mis camaradas están en el Rectorado del edificio viejo y aún no me enteré.
    Creyendo que llego tarde, trepo por los escalones hasta el cuarto piso, pero en el salón 400 hay una reunión de padres que, según me informan dos vendedoras de SBS, debe estar por terminar. Espero unos minutos inútiles. Bajo. Consulto nuevamente al portero de la entrada. Cuando hablo por segunda vez de la Escuela de Otoño se le dibuja una media sonrisa como si le estuviera nombrando un programa infantil que sale por canal 9. No tiene idea. Por un momento creo que nunca voy a llegar al desayuno de bienvenida que nos espera hoy en el marco de esta maravillosa oportunidad de práctica profesional en traducción literaria. Sin embargo, un hombre que andaba cerca, me interrumpe para aportar el dato:
   —Están en el Rectorado.
   Asiento con la cabeza.
   —¿Sabés dónde es Rectorado?
   El buen hombre me escolta casi hasta la puerta y así es como me entero de que no hace falta salir a la calle para llegar al salón correcto, sino que el edificio nuevo se comunica con el edificio viejo gracias a un par de pasillos y otro par de escaleras, sobre los que empieza a caer, algo tímido todavía, el sol de Buenos Aires.
    Al entrar a Rectorado, me encuentro con una elipse de gente parada y sonriente que presta atención mientras una de las coordinadoras del programa está terminando el discurso de apertura de la EOTL. Me inserto como puedo en la figura ovalada y, a los pocos segundos, la coordinadora nos da la bienvenida y nos invita a disfrutar de los bocaditos que engalanan una mesa larga, la cual aguarda serena nuestra devoción. Finalizado el discurso, aprovecho a dejar la bolsa y la carpeta junto al montón de carteras, bolsos y demás pertenencias que llenan el vacío debajo de una mesita en un rincón. Cuando me doy vuelta, la ronda se ha disuelto para dar lugar a varios círculos de colegas que interactúan mientras toman un café, un té o un café con leche y degustan un cuadradito de pastafrola, una cocada o un brownie. Saco algunas fotos para registrar el lugar y el momento. Voy rodeando algunos subgrupos manteniéndome dentro de los límites de la mitad segura del salón, esa en la que sé que no me voy a cruzar con Giles Foden, el escritor invitado a trabajar con nosotros durante la semana que dura la EOTL. Evito los grupos limítrofes con el autor porque prefiero ir acercándome de lejos: así es como tomo algunas fotos también de Foden, sin perder esa distancia prudente que conserva todo fotógrafo de revistas como la National Geogrpahic, para cuidar el ángulo y darme un tiempo para formar una primera impresión. Está confirmado: el autor escucha, habla, sonríe, toma café, come, respira, camina, devuelve un saludo, conversa... En síntesis, es un ser humano como cualquier otro.
                                                                       * * *
Una vez terminado el desayuno de bienvenida, nos dirigimos, ahora sí, al salón 400 del edificio viejo. Otra vez conformamos una elipse, aunque ahora sentados, y empezamos a presentarnos en inglés porque el autor, que se encuentra entre las coordinadoras, pero dentro del mismo círculo imperfecto, no habla español. Al llegar mi turno, digo mi nombre, ciudad de origen y profesión, y explico que mi principal motivación al postularme para esta convocatoria fue que no creo demasiado en traducir con el autor al lado. Hago una pausa, pero Foden ni se inmuta. Precisamente por eso espero que la presencia de un autor de carne y hueso, cuya obra vamos a traducir en el transcurso del taller, sea un desafío intelectual por lo menos peculiar para una traductora-escritora que descree de la función autor como garante del sentido. Eso no lo digo, pero lo pienso. Giles Foden me observa tranquilo; sigue inmutable.
   Cuando todos nos presentamos, Lucila, la principal coordinadora del programa, le cede la palabra al escritor. Entonces Foden nos cuenta que, por lo general, intercambia un mínimo de tres correos electrónicos con los traductores que traducen sus libros y que, para él, el hecho de que lo publiquen bien implicaría que lo traduzcan bien. Además, hace referencia al desafío que afrontan los escritores de hoy en día a la hora de dar cuenta de la globalización y comenta que a él le interesa, sobre todo, la posibilidad de integrar diversas lenguas en sus textos. Casi como respondiendo a mi presentación, aunque seguramente sin plantearse ese objetivo, Foden menciona la palabra “intención” y hace un comentario en inglés que yo traduje así:
   —A diferencia de lo que se hace en crítica literaria, los traductores siempre tratan de intuir cuál fue la intención del autor. La verdad es que los autores no son plenamente conscientes de sus intenciones.
   Y agrega:
   —A veces la sinopsis que elabora un autor acerca de su obra difiere hasta en un cincuenta por ciento del texto final. La intención es algo que se va revelando durante el proceso de escribir. Todo es provisorio; todo puede mantenerse bastante provisorio hasta justo antes de que se publique la obra.
   Sorprendida ante la confesión del autor, desisto de tomar nota de cada palabra para seguir escuchando. Al cabo de un tiempo, hacemos una pausa para recobrar energías, y el autor arremete ahora contra el famoso concepto de “lector ideal”. ¿Quién es mi lector ideal?, se pregunta. Bueno, si no lo sabe él... Pero no, no puede saberlo. Puede imaginarlo, puede creer que lo sabe, puede construirlo, pero no deja de ser otro artificio, un supuesto tranquilizador para darse un horizonte más o menos claro, más o menos concreto, de para quién escribe, si es que se escribe para alguien (muchos dirán que sí).
   —El concepto de lector ideal se quiebra a cada instante—dice Foden, haciendo hincapié en que todo lector está atravesado por circunstancias geográficas, históricas, culturales diferentes.
                                                                         * * *
 Son casi las siete de la tarde. El día de taller fue largo, pero se pasó volando. El grupo se dirige ahora al café “La Poesía” de San Telmo para la cena de bienvenida. Yo no doy más de la jaqueca que me provoca desde temprano, así que emprendo la vuelta al hotel por Suipacha en busca de aire fresco.
   Suipacha parece una calle típica de aldea o de pueblo comparada con la Avenida Pellegrini con la que es paralela. Encima están construyendo y el tránsito está cortado, así que hay pocos transeúntes a la vista. Cuando llego a Santa Fe y doblo en la esquina en dirección a la 9 de julio, miro curiosa, pero sin detenerme, hacia el interior de un bar que no había visto antes. Mi visión se ve interrumpida por un hombre de traje gris que me pasa rápido por al lado.
   —Walter Kerr—digo bajito, asombrada. Apenas empezó la EOTL y ya conocí a Giles Foden, Cecilia Rossi, Catherine Davies y, ahora también, al intérprete presidencial Walter Kerr.
   Quiero llamar su atención para contarle que somos colegas, aunque no soy intérprete de cancillería; que es un ejemplo a seguir, que me alegra haberlo visto en persona, porque el año pasado iba a ir a una charla que vino a dar a Rosario pero no llegué, que... Kerr va tan rápido y yo estoy tan cansada que no llego a reunir las fuerzas para exteriorizar el entusiasmo. No importa, otra vez será.
   Mientras la figura de Kerr se aleja hacia Pellegrini, me digo que ahora tengo que descansar. Mañana nos espera una larga jornada de historia y memoria argentinas para la que valdrá la pena estar viva y despierta.
LEER CAPÍTULO 1: UN LUGAR LLAMADO DESTINO
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