Por Delfina Morganti Hernández
Una nota sobre las causalidades y correspondencias entre Boris Schnaiderman y yo, encontrados en la traducción
Hace poco, Claudia, una colega traductora, me hizo llegar un fragmento de un artículo por otro traductor cuyas ideas, me comentaba con entusiasmo, parecen tener mucho en común con las tesis que planteo en mi primer libro publicado: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad. Un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria.
Un poco de contexto
El ensayo, publicado en mayo de 2017 y escrito entre 2015 y 2016, podría describirse como un intento por deconstruir el discurso predominante con respecto al campo de la traducción en general y la traducción literaria en particular. En el texto, abordo cada uno de los principios de objetividad, fidelidad e invisibilidad que conforman lo que denomino “el triángulo procedimental” del buen traductor literario (o, en otras palabras, el deber-ser de este tipo de traductor) desde una óptica crítico-constructiva.
Desde mi punto de vista, hablar de traducción literaria conlleva tener o desarrollar una postura más o menos clara frente a dos interrogantes por lo menos: (1) ¿qué es literatura y qué no lo es?; (2) ¿qué desafíos, habilidades, talentos, prejuicios conlleva traducir literatura?
También podría uno preguntarse, ¿qué es la Literatura? Y, luego, cabría preguntarse más específicamente por la labor del traductor literario. Las voces del sentido común resuelven estos interrogantes sin demasiadas vueltas y, a mi entender, de un modo bastante reduccionista: así, predomina en el imaginario colectivo un conjunto de prejuicios que menoscaban la labor del traductor literario, cuando, si hay algo que hace el traductor es producir literatura desde su rol de benefactor cultural. En palabras de Alberto Manguel, escritor, traductor y editor argentino-canadiense, “sin los traductores, somos ciegos y somos sordos. Y estamos limitados a las pobres fronteras de nuestro idioma. Sin los traductores, no tenemos esas lecturas renovadas, profundas, que desentrañan el meollo de un texto para reconstruirlo con otras palabras y otra música, y que el texto siga siendo el mismo. Borges decía que una traducción es otra versión más, otro borrador más, del texto original. Reconozcamos el valor de esos intelectuales, esos lectores en profundidad, que nos brindan la literatura universal”. Pero, para el sentido común, el traductor es un traidor de la obra que traduce; traducir literatura es imposible, siempre implica sacrificar o resignar el original; los traductores hacen lo que les viene en gana, lo que pueden o lo que les pagan; el traductor debería limitarse a traducir; el traductor tiene que ser fiel al autor; el traductor tiene que ser fiel al original; el traductor es un puente entre culturas (así que, que pasen las culturas y que quede el traductor… vaya uno a saber dónde, ¿verdad?). Derribando mitos en traducción literaria
Ya contaba al principio de esta nota que, hace un tiempo, Claudia, me recomendó leer un artículo que parecería decir casi lo mismo (un guiño a Eco) que yo en mi ensayo sobre traducción literaria.
El artículo es una entrevista a Boris Schnaiderman, traductor ucraniano de literatura rusa en Brasil, crítico literario y profesor emérito de la Universidad de San Pablo. La entrevista en español es traducción del portugués por Iván García, apareció en el número de mayo de la plataforma digital issuu y fue difundida por el Círculo de Traductores de México. A continuación, cito el fragmento con el que Claudia hizo la asociación entre las ideas de Boris Schnaiderman y mis tesis: “Sin osadía, sin arrojo, no existe un buen traductor. Es siempre una osadía: ¿quién soy yo para traducir a un Dostoievsky, Pushkin o Gorki? Sin embargo, necesito traducir, porque conozco la lengua rusa y tengo experiencia en lidiar con textos. Tengo que traducir a esos grandes autores y, al mismo tiempo, ¿quién soy yo para hacerlo? Pero lo cierto es que hay la necesidad de hacer traducciones. Estoy frente a un original y tengo que ser valiente para enfrentarlo, enfrentar un problema estético, un problema expresivo. Yo necesito osar, tomar el texto, ir hacia el frente. ¡No puedo desaparecer delante del texto! ¡Existía la noción de que el traductor tenía que esfumarse frente al texto, que ser transparente, que debía limitarse a transmitir el contenido del texto y listo! La personalidad del traductor tenía que desaparecer, pero esto es una ilusión, porque no desaparece para nada. La traducción, para ser buena, implica un trabajo creativo, no se trata simplemente de una cuestión de fidelidad mecánica, paso a paso, frase a frase. Esta forma de traducir fue superada hace mucho. La traducción es un arte”. [Ver fuente aquí]
Ahora, me gustaría intervenir el fragmento para que hagamos foco en lo siguiente:
1. El traductor no puede, por más que quiera, desaparecer frente al texto. 2. Existe (o, según Boris Schnaiderman, existía) la noción de que el traductor tenía que “esfumarse” frente al texto, “desaparecer”, “ser transparente”, “limitarse a transmitir el contenido” y chau traductor. 3. Todo ese deber-ser es mentira, es una ilusión. La traducción es una labor creativa hecha por un ser creador que, inevitablemente, es subjetivo y se manifiesta en cada decisión de trabajo. Quien quiera borrarlo tendrá que evitarlo de lleno, porque quien traduce escribe y quien escribe es en el discurso. Somos personas, en el sentido de personas lingüísticas a las que alude Benveniste en De la subjetividad en el lenguaje.
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“Desde la temprana etapa de formación académica, al igual que durante el ejercicio profesional, se prescribe y presupone que para el traductor literario rigen tres máximas fundamentales o preceptos básicos ineludibles: el principio de objetividad (o el deber de posicionamiento neutral del traductor frente al texto a traducir), el principio de fidelidad (o el deber de lealtad al [autor del] original) y el principio de invisibilidad (o el deber de dejar el menor rastro posible o impronta personal en la versión traducida del original)”. [Cap. 2: “El verosímil teórico en traducción literaria”]
“[…] no solo es válido sino, además, inevitable que la subjetividad del traductor penetre el texto traducido. Ya desde el momento en que el traductor se acerca al texto en calidad de lector, la subjetividad modela su lectura. Nadie puede despojarse por completo de sus juicios de valor a la hora de traducir. Incluso si el texto de partida presenta una determinada postura frente a un tema y el traductor la asume como tal temporalmente, para no desviar la traducción de esa marcada tendencia del texto fuente, las decisiones que tome el traductor van a repercutir en la forma, la intensidad y el grado más o menos completo con que se transmita el contenido fuente, y si repercuten en estos factores, ¿cómo podría esperarse que el contenido del texto fuente se trasvase sin modificaciones a la lengua meta? El contenido nunca pasa de un lado al otro sin dificultades, como nos lleva a suponer la metáfora feliz de que el traductor es un puente entre culturas. El traductor no es un puente, pues carece de la inmutabilidad y la pasividad que supone ese rol. La vieja fórmula de ponerse en la piel del autor que escribió el texto fuente nunca ha funcionado de un modo perfecto, completo y exacto, de modo que la traducción jamás es copia fiel del original, tal como se propone entre los mandatos del buen traductor literario, no solo porque la traducción es sinónimo de cambio, mutación y cierto tipo de pérdida, sino porque pedirle objetividad al traductor equivale a pedirle al lector que no piense ni cuestione lo que lee, que no reflexione ni imagine más allá del significado y las referencias sugeridos a simple vista por las palabras, que no sospeche, que no se divierta, que no se conmueva, que no interprete ni asocie ni atribuya sentido(s) a los textos”. [Cap. 3: “El principio de objetividad. Tendencias positivistas en la traducción”]
Todo ese deber-ser es mentira, es una ilusión. La traducción es una labor creativa [...]
“No se trata de crear una ilusión de invisibilidad del traductor, sino de naturaleza de origen del texto. El traductor literario aparecería aquí como un ilusionista, no por ello invisible en el sentido de ausente, pasivo o aspirante a acometer hechos de corrupción. No hay forma de borrar las huellas de la subjetividad en el lenguaje. El término “invisibilidad” da lugar a más de una dicotomía posible: invisibilidad entendida como actividad><pasividad del traductor; presencia><ausencia del traductor y, finalmente, ilusión de naturaleza de origen><percepción del texto traducido como traducción. Cada vez que evocamos el principio de invisibilidad, las tres dicotomías con sus respectivos ejes dialógicos están presentes en las acepciones posibles del término “invisibilidad”. ¿Cómo nos ocuparemos los traductores de dejar en claro a cuál de todas hacemos referencia? ¿Acaso no sería relevante establecer límites claros en cuanto a lo que entendemos por invisibilidad en traducción literaria?” [Cap. 5: “El principio de invisibilidad. O la utopía de la no presencia en el lenguaje”]
La fidelidad en traducción (¿literaria?)...
“La fidelidad es un deíctico porque puede tener distintos significados según el contexto de uso del término y la persona que lo utilice: ¿es aquello que un traductor entiende por fidelidad o aquello que el lector entiende por fidelidad? Además de delimitar las acepciones del término, no hay que perder de vista lo siguiente: cuando un traductor dice que ha sido fiel al estilo del autor o a los juegos de palabras del texto fuente, por dar un ejemplo, no ha sido fiel sino a su propia percepción, interpretación y lectura de ese estilo y esos juegos, y esto tiene que ver con la idea de Cunningham de que lo que llamamos el producto final de un trabajo nunca constituye el producto final ideal que habíamos concebido en primera instancia: existe una cierta distancia entre la afirmación “He sido fiel al estilo del autor” y la fidelidad en sí misma a ese aspecto del texto, ya que nunca se es tan fiel a nada como a uno mismo, por lo que así como un traductor podría afirmar tal enunciado, otro podría decir lo mismo, y no por eso darían al mundo dos traducciones iguales, ya que aun especificando lo que cada uno entiende por fidelidad y coincidiendo en esa definición, la puesta en marcha de un concepto tan complejo como este no redundará sino en diferencias que, por cierto, no hacen más que enriquecer la traducción literaria y la literatura.
Por eso la fidelidad es reflexiva, se vuelve sobre sí misma en tanto que, cuando un traductor dice ser fiel al autor, lo que dice en realidad es: “Soy fiel a lo que yo entiendo por fidelidad al autor y eso me basta”; cuando dice: “Soy fiel al estilo del original”, quiere decir: “Soy fiel a lo que yo entiendo por el estilo del original y eso me basta”; cuando dice: “Soy fiel al lector”, en realidad está diciendo: “Soy fiel al lector modelo que yo tengo en mente como lector de mi traducción y eso me basta”; cuando dice: “Soy fiel a los recursos retóricos del original”, quiere decir: “Soy fiel a los que yo interpreté, analicé y me propuse reproducir, a mi manera, como los recursos propios del original y eso me basta”, y así sucesivamente”. [Cap. 4: “El principio de fidelidad. Socio-fundador del discurso de la traición”]
La traducción es un arte
“Si el texto fuente no es un texto definitivo, sino apenas “el borrador más trabajado que [el autor] pudo producir antes de desplomarse agotado” (Cunningham, 2011: 37), entonces “la escritura es ya un intento de traducción: ¿se escribe lo que se quiere decir? ¿Son ésas las palabras precisas, y no otras? ¿Existen palabras para decir eso que se quiere decir?” (Sironi). Desde este punto de vista, el texto fuente no es mejor que una versión de este traducida a una u otra lengua, porque desde un principio, al texto fuente también le falta algo de la concepción primitiva de las ideas que narra o que canta, y que el autor ha tenido que resignar para poder dar forma a lo que leemos como el texto “original”.
Al fin y al cabo, creo que es imposible que el traductor desaparezca del texto o que se haga, como sugieren algunos entusiastas de Harry Potter, invisible. El traductor está aunque no sea directamente visible; está en cada elección léxica, en cada preferencia estilística, en cada construcción sintáctica, en cada acierto o desacierto ortotipográfico y gramatical, en cada decisión de forma-contenido, en la recreación de cada metáfora, en la aplicación de cada técnica, en el uso de cada recurso aplicado al proceso de traducción; en definitiva, cuando leemos una obra traducida, leemos el texto que escribió el traductor de esa obra, producto de sus lecturas del texto de partida”. [Cap. 5: “El principio de invisibilidad. O la utopía de la no presencia en el lenguaje”]
Si llegaste hasta acá, ¡gracias por seguir leyendo! Ojalá la lectura haya invitado a la reflexión. :)
¿Lo sabías?
○ La frase “Los otros autores” que aparece en el título de este artículo la retomo a modo de alusión al concepto propuesto por ASETRAD, la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes, con motivo de darle visibilidad a la profesión del traductor editorial en la Feria del Libro de Madrid 2018. Buscá el hashtag #LosOtrosAutores en redes sociales y conocé las formas que adoptó esta campaña de visibilidad de los traductores en la feria. Más info acá.
○ Decir casi lo mismo es el título en español de la famosa obra de Umberto Eco sobre sus experiencias de traducción. Leé más por aquí.
○ La frase “Los otros autores” que aparece en el título de este artículo la retomo a modo de alusión al concepto propuesto por ASETRAD, la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes, con motivo de darle visibilidad a la profesión del traductor editorial en la Feria del Libro de Madrid 2018. Buscá el hashtag #LosOtrosAutores en redes sociales y conocé las formas que adoptó esta campaña de visibilidad de los traductores en la feria. Más info acá.
○ Decir casi lo mismo es el título en español de la famosa obra de Umberto Eco sobre sus experiencias de traducción. Leé más por aquí.
Delfina Morganti Hernández es escritora, comunicadora publicitaria, traductora e intérprete de inglés y español, matriculada en el Colegio de Traductores de la Provincia de Santa Fe, 2.ª Circ., y miembro activo de la Asociación de Profesionales en Marketing (APMKT) de Rosario. Escribe, traduce y corrige textos sobre marketing y publicidad, recursos humanos, videojuegos y educación. Es autora del ebook sobre traducción literaria: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad. Un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria y del libro de poemas Las lenguas que me habitan. The languages within me. Les langues dans ma peau. Ha cursado estudios en Letras y Publicidad, y se desempeña como creadora de contenidos para el programa de radio online Traductores, al aire. Actualmente, continúa especializándose en marketing estratégico y digital, realizando las actividades artísticas que nutren su potencial creativo y participando en contenidos colaborativos con otros comunicadores como Hablemos de marketing y Generistas. >> Más info
1 Comment
Marta Muñoz Merino
18/4/2021 04:01:50 pm
Hola, Delfina.
Soy Marta Muñoz Merino y me gustaría preguntarte por las páginas exactas en las que aparecen las citas que tomas de tu libro. Es para un trabajo. Gracias.
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