Si sos traductor y alguna vez tuviste que presentarte frente a alguien que no solo no te conocía a vos, sino tampoco a tu profesión, probablemente te haya pasado recibir estas preguntas...
A menudo me encuentro con personas que aún desconocen (o apenas saben que existe) la profesión de traductor. “¿Qué hace un traductor?”, “¿Hay trabajo de eso?”, “¿Pero cada cuánto hacés una traducción? O sea, ¿podés vivir de traducir?” y “¿Qué traduce un traductor?” son algunos de los interrogantes que me plantean futuros estudiantes de la carrera de traductorado, posibles clientes y conocidos que, o bien nunca escucharon hablar de la traducción como profesión, o bien saben que existe, pero la consideran un oficio del cual sería imposible vivir porque no ofrece un flujo de trabajo constante. Si a estos prejuicios le sumamos que les comento que, en mi caso, ejerzo la profesión de forma independiente, ya pueden imaginarse con qué cara me miran algunos.
Por eso, en el Día del Trabajador, pensé que sería bueno ilustrar con algunas preguntas y respuestas en qué consiste realmente nuestro trabajo como traductores, qué hacemos cuando decimos que traducimos y si es o no es posible (rentable) vivir de esta querida profesión.
Empecemos por la primera pregunta que suelo escuchar. ¿De qué trabaja un traductor?
Esta pregunta es amplísima y, en los tiempos que corren, pretender dar una respuesta que abarque todos los posibles ámbitos de incumbencia de un traductor se me hace bastante difícil, si no imposible.
Por empezar, la profesión del traductor ofrece múltiples salidas laborales que no siempre son excluyentes unas de las otras. Asimismo, permite desempeñarse en dos grandes modalidades: independiente (es decir, como traductor autónomo, sin estar sujeto a un determinado horario y espacio físico; sin deberse a un determinado empleador o jefe, y, por lo general, con la responsabilidad de asumir los costos por los propios aportes jubilatorios, cobertura de salud, vacaciones, capacitación, insumos de oficina, etc.) y en plantilla (o en empresas o instituciones, con un horario laboral y sueldo fijos, y con todos los derechos del trabajador convencional). Dicho esto, conozco traductores que trabajan como traductores, es decir, traduciendo textos de un idioma a otro; otros que traducen y revisan textos; otros que traducen, revisan y dictan clases de los idiomas de su competencia; otros que son traductores e intérpretes; otros que ya no traducen porque prefieren dedicarse a revisar textos, a interpretar en conferencias o a dictar clases de idiomas. Algunos trabajan desde su oficina en casa, desde el lugar del mundo que se encuentren visitando, desde un bar; otros trabajan desde una editorial, desde un instituto de formación docente, desde la sede de algún organismo internacional (como los traductores que trabajan en la ONU o en la Comisión Europea), desde una fábrica, desde una escuela, desde un estudio jurídico, desde una multinacional. Y la lista podría seguir, pero la acorto para pasar a la próxima pregunta.
¿Y hay trabajo como traductor?
A mí las construcciones con hay mucho no me gustan porque dejan muy suelta la responsabilidad del hablante. Al ser construcciones impersonales, el hay parecería indicar que el trabajo existe o no existe, que ocurre como por arte de magia o que no ocurre porque el destino así no lo quiere.
Yo creo que en una industria que está —y, según está previsto, seguirá— en pleno auge, hablar de si hay o no hay trabajo no refleja la realidad del mercado de la traducción que, por lo demás, es local pero también es internacional. Si bien en Argentina estamos sufriendo altos índices de desempleo y despidos, al ser la traducción una industria con cabida internacional, quien es buen traductor y busca trabajo de manera activa tiene probabilidades de encontrar empleo, tanto de forma independiente como en empresas, tanto con clientes particulares como con clientes agencia, y tanto a nivel local como internacional. Por supuesto que no es fácil. Por supuesto que no es rápido. Por supuesto que todo tiene sus pros y sus contras. Por lo general, establecerse como traductor profesional independiente —y hablo específicamente de esta modalidad porque es la que conozco por ser esta la que ejerzo— no es ni tan rápido ni tan cómodo ni tan sencillo. Hay muchos factores que inciden en cómo llega uno a montar su propio emprendimiento como traductor profesional. De hecho, hay muchos factores que determinan si lo logramos o no, y si al cabo de dar esos primeros pasos como autónomos, logramos mantener nuestro negocio en el tiempo. Sin entrar en detalles, para responder la pregunta de si hay o no hay trabajo como traductor, mi respuesta personal —y aquí peco de valerme de otra construcción con hay para responder a una pregunta con hay— es que sí, pero hay que (saber) buscar y, una vez que uno encuentra, no hay que dormirse en los laureles. Sobre todo si se adopta la modalidad autónoma. Creo que siempre debemos tener en claro cuáles son nuestras propias metas como profesionales en esta industria: qué queremos hacer, quién queremos ser, qué queremos lograr, qué estamos dispuestos a sacrificar y qué no para lograr nuestros objetivos profesionales que, por lo demás, es imposible desligar de nuestros valores como personas. Por último, considero que sin un plan de negocio en serio, aunque más no sea un bosquejo a mano en el que tracemos algunas directrices y aspiraciones, es mucho más difícil sortear los obstáculos que suelen surgir cuando uno intenta abrirse paso como autónomo en el mundo de la traducción.
Pero ¿qué traduce un traductor?
Sucede con nuestra profesión que la gente entiende un poco mejor a qué nos dedicamos cuando recurrimos a ciertos “lugares comunes” donde suele caerse de maduro que hay un traductor —o algo parecido— de por medio. Así que, para intentar dar una respuesta a esta pregunta, voy a valerme de esos lugares comunes.
Por ejemplo, un traductor traduce películas; de allí que muchas las veamos subtituladas. Los subtítulos no son parte del producto película original, sino que tenemos la opción de verlos en pantalla porque los ha generado, los ha creado, un traductor. Este tipo de traductor se denomina traductor audiovisual. Ahora bien, cuando la película está doblada, es más difícil que las personas se percaten de que por allí también ha pasado un traductor. Resulta que, antes de que los actores de doblaje puedan hacer su “magia”, un traductor —o bien, un equipo de traductores— ha hecho la suya: el guion que estaba en inglés, en francés, en holandés, etc. se tradujo al español, voilà !, ahora sí que podemos pensar en grabar los doblajes. La literatura y las obras pensadas para publicación, pero que no pertenecen al género de la ficción, constituyen otro lugar común donde el traductor suele ser un poco más visible o más rastreable. Así como le echamos la culpa al traductor audiovisual de los subtítulos que nos disgustan por X motivo, también, como público lector, gustamos en culpar al traductor editorial de aquello que detectamos como errores o desaciertos en la traducción de nuestra novela favorita, un poema, una receta de cocina, un libro de autoayuda, etc. Y, para los intérpretes —aunque también nos ayuda a los traductores para describir, a grandes rasgos, en qué consiste nuestra labor—, el lugar común por excelencia suele ser la ceremonia de los Premios Óscar. Otros dirán que la referencia clave es la ONU. En ambos casos, como la voz del intérprete está ahí, casi en carne y hueso, los espectadores suelen reconocerlo como intermediario, asimilarlo como parte de la puesta en escena y comprender que se trata de alguna especie de traductor; alguien que oficia de puente (a la gente le encanta esta metáfora y, debo reconocer, es útil a los fines prácticos) entre idiomas y culturas para que un determinado conjunto de enunciados pueda llegar a los destinatarios objetivo en un código comprensible por ellos y casi en tiempo real. Pero los traductores no traducimos solamente películas y libros. También traducimos documentos personales, certificados e instrumentos públicos; traducimos manuales de uso de todo lo que se pueda llegar a usar, desde un celular hasta una bicicleta fija hasta una heladera, un televisor, unos parlantes, una afeitadora, etc.; adaptamos de un idioma a otro diversos tipos de contenidos digitales, como blogs, sitios web, descripciones de productos y hasta hashtags; traducimos videojuegos y todo el material promocional asociado; traducimos todo tipo de textos médicos; traducimos políticas de privacidad, términos y condiciones de uso, y notificaciones sobre cookies y uso de datos personales; traducimos canciones; traducimos resúmenes de trabajos científicos; traducimos trabajos científicos completos; traducimos textos publicitarios; traducimos… En síntesis, no creo exagerar al decir que todo texto que podamos imaginar en un idioma es susceptible de ser traducido a otra lengua. Aquí muchos podrán retrucar que hay textos más traducibles que otros, textos más “imposibles” de traducir que otros. Pero yo parto de la base de que creo honestamente en la traducción como un posible (con más o menos “resignaciones”, con más o menos “desviaciones”, según el ojo del observador que juzgue en cada caso). Pero, definitivamente, creo en la traducción como un posible. ¿Y usted?
Delfina
#HablemosDeMarketing #MarketingParaTraductores #BrandingBrain #orangepowerDMH También podría interesarte
3 Comentarios
29/7/2021 09:36:46 pm
¿ me ensañarias a haser traductora de inglish veo que eres una experta
Responder
jissela rivera
29/7/2021 09:37:27 pm
eres muy buena
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