El 30 de septiembre es el Día Internacional de la Traducción. Hablemos de la falacia en torno al “original”.Escritores, lectores, traductores... Todos caemos en la misma ilusión. Nos gusta imaginar que una traducción correcta es el fiel reflejo de un texto que llamamos “el original”, pero ¿no será que nos olvidamos de que el original absoluto es pura fantasía?Hagamos un experimento de traducción
Imaginemos que hacemos el siguiente experimento con tres participantes voluntarios: cada uno come un gajo de la misma mandarina. Mientras lo come o después, cada participante escribe en una hoja personal algunos sustantivos y adjetivos con los que asocia la experiencia.
No hace falta que las palabras que escriban estén relacionadas con la mandarina en sí, sino que pueden escribir sustantivos y adjetivos que, a su entender, representen las sensaciones y los sentimientos, recuerdos o emociones que les genere la experiencia de comer un gajo de mandarina. Supongamos que el Participante A escribe “dulce, fresca, ácida” y “primavera, felicidad”; el Participante B escribe “ácida, rebelde, dulce” y “adolescencia, recreo, libertad”, y el Participante C escribe “dulce, tranquilo, fresco” y “abuela, jardín, sol”. Con los sustantivos y adjetivos del Participante A, podríamos concluir que A define la mandarina como una fruta “dulce, fresca y ácida”, y que la asocia con la “primavera”, una época de “felicidad”. El Participante B asocia la experiencia con el sabor dulce y ácido de la fruta posiblemente con una característica de personalidad propia (la rebeldía) y con su “adolescencia”, los recreos escolares y la sensación de “libertad”. Por último, el Participante C podría reformular la experiencia gustativa mediante la siguiente frase: “Recuerdo aquellos días dulces, frescos y tranquilos en el jardín de la abuela, donde siempre íbamos a juntar las mandarinas que se habían caído del árbol del vecino para comerlas bajo los cálidos rayos del sol primaveral”. “El hecho de que el autor no se llame traductor tiene que ser una casualidad”. ¿Qué podemos demostrar?
En primer lugar, que a partir del mismo tipo de experiencia sensorial (comer un gajo de mandarina), cada participante tradujo esa experiencia en términos diferentes. Cada una de esas traducciones de sensaciones en palabras puede dar lugar a un texto en particular, distinto, a pesar de que las tres traducciones parten del mismo hecho objetivo, si se quiere.
Si consideramos, además, que cada uno de los participantes es un escritor en potencia, el posible autor de una ficción sobre la experiencia de comer una mandarina, podemos decir que, ante el mismo hecho real-objetivo, cada autor traza diversas asociaciones, experimenta determinadas sensaciones y, sobre esa base, hará operaciones de selección léxica diferentes a la hora de traducir su experiencia en palabras. Por último, supongamos que cada participante escribió una obra literaria sobre la mandarina en español (por ejemplo, un poema, un cuento o una novela); supongamos, además, que hay editoriales interesadas en llevar esas obras al inglés, al ruso, al francés. En ese caso, tendríamos que pensar en cada una de las obras escritas por los participantes-autores como originales. Pero ¿cómo? Si antes dijimos que las obras son producto de una traducción, solo podemos calificarlas como originales hasta cierto punto. Por qué el término original es relativo
Quizá se podría decir que se trata de obras originales en relación con la traducción que se propone hacer el traductor del inglés, el ruso o el francés a partir de esas obras; sin embargo, esto las transformaría en una noción relativa, es decir, así como hablamos de hijos porque existen padres y viceversa, hablamos de originales porque existen obras derivadas, como la traducción, la adaptación, la versión, etc.
Lo que cabría preguntarse es si la traducción, la adaptación, la versión, etc. no constituyen originales en sí mismos, de modo que la literatura sería una cadena de obras impuras, derivadas, híbridas de antemano y para siempre, pues así como el presunto original no puede ser el reflejo directo de las ideas del autor, tampoco la traducción puede calcar la letra de la obra fuente. En efecto, más que de “originales”, deberíamos hablar de “obras fuente”. Toda la literatura es producto de la traducción
Entonces, ¿dónde podemos trazar los límites de la traducción en literatura?
El hecho de que el autor no se llame traductor tiene que ser una casualidad; el hecho de que una novela nos llegue en formato de libro, con una tapa, un índice y una contratapa termina por reducirse a una mera cuestión de practicidad para el bolsillo o el estante de biblioteca del lector; en realidad, esa obra que nos llega en formato de libro no es menos una traducción de las ideas del autor en un determinado código lingüístico que las traducciones que, a su vez, podrían hacerse de ese código a otro, es decir, de un idioma a otro. La diferencia está no en el estatus de original que mal atribuimos al texto fuente y el nombre “traducción” con que nos referimos a la labor del traductor, sino en que, en realidad, como dice Michael Cunningham en Encontrados en la traducción (2011), toda la literatura es, de por sí, producto de la traducción; ese texto que llamamos original no es, como nos gusta creer y aseverar, el libro original, la obra en bruto, tal como la concibió y la quiso escribir el autor. Antes bien, como sugiere Cunningham:
Adiós, fórmula “Traduttore, traditore”
“Traduttore, traditore”, sentenció alguien alguna vez, y así crecimos creyendo que la traducción es un acto impuro, digno de poca estima, reconocimiento y remuneración.
Toda la fe está puesta en el autor; toda la atención en lo que este ha querido decir; las luces lo alumbran incluso cuando solo es posible saber qué ha escrito en ruso porque alguien en el medio lo tradujo al español. Citamos a Barthes en español y decimos: “Cuando Barthes dice...”. En realidad, estamos citando al traductor de Barthes del francés al español.
¿Qué hay en esas conversaciones que no hay al hablar del texto fuente, aquel que vos conocés como “el original”?
A priori, no es menos que ese texto una traducción de un idioma a otro. Porque la traducción es traducción de una traducción. El traductor traduce una traducción
Incluso cuando quiso escribir la mejor versión posible de la obra, el autor escribió una traducción parcial de sus ideas en un código lingüístico legible. No es exactamente lo que quiso escribir, pero, en un punto dado, se conformó y publicó, y todos creímos que era la obra pura, la buena, la ética, la original.
Borges decía que el borrador número 7 no es mejor que el borrador número 5, y que todos escribimos borradores. Todo texto es una traducción. De ideas a un idioma, o de un idioma a otro; no importa. Todo es traducción. Mentira el original. Escribir, hablar, leer, interpretar... Todo es traducción. Gracias, traductores, auténticos benefactores, por facilitar la cultura más allá de las culturas.
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Hola, soy Delfina. Te ayudo a comunicar el valor de tu marca de forma atractiva, honesta y eficaz, en inglés o español. Conocé por qué elegir mis servicios creativos. |
Me verás como escritora, comunicadora publicitaria, traductora e intérprete de inglés y español. Estoy matriculada en el Colegio de Traductores de la Provincia de Santa Fe, 2.ª Circ., y soy miembro activo de la Asociación de Profesionales en Marketing (APMKT) de Rosario. Escribo, traduzco y corrijo textos sobre marketing y publicidad, recursos humanos, videojuegos y educación. Soy autora del ebook sobre traducción literaria: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad. Un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria y del libro de poemas Las lenguas que me habitan. The languages within me. Les langues dans ma peau. He cursado estudios en Letras y Publicidad, y me desempeño como creadora de contenidos para el programa de radio online Traductores, al aire. El contenido es mi forma de ser y ayudar a otras personas con infoentretenimiento en Hablemos de marketing, Founded in Transcreation y Generistas. >> Más info
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