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Carta abierta a todas las marcas que se cag*an en sus consumidores o... por qué el marketing se trata de las personas

27/1/2020

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Por Delfina Morganti Hernández

Una carta que todo responsable de una marca
querrá leer (espero)

Imagen

Estimado/a encargado/a de marketing o quienquiera que se encargue de algo parecido en su emprendimiento, empresa o negocio:

via GIPHY

Una marca es un símbolo. Los símbolos son signos; consisten en elementos u objetos que, “por convención o asociación” se consideran representativos de “una entidad, de una idea, de cierta condición” (Diccionario de la Real Academia Española, RAE; consultado el 26/1/2020).

Así, por ejemplo, se dice que la bandera es un símbolo patrio: lo es por convención, porque así se ha acordado en nuestra sociedad, pero también lo es por asociación, porque relacionamos la bandera con conceptos y emociones como independencia, respeto, orgullo, patria, lucha, honor.

Si bien la convención juega un papel importante, a menudo sucede que el significado de ciertos símbolos, como el de las marcas comerciales, no se impone desde un emisor A a un receptor B. El significado de los símbolos es siempre un producto, un resultado; el resultado de cargas de significación que se van agregando y acumulando, y van nutriendo al símbolo marcario con matices de diversos tipos, entre ellos, positivos y negativos.

Por ejemplo, la pipeta de Nike no es solo el elemento visual representativo de la marca comercial que se denomina “Nike”. Es el equivalente de los valores, sentimientos y emociones que reconocemos los consumidores y asociamos con la marca Nike. Es decir, la pipeta de Nike es superación y éxito; es excelencia; es el coraje de desafiar todas las expectativas y los estereotipos a través del deporte; es bravura y revolución; es la actitud de salir a la cancha a darlo todo más allá del resultado, literal y metafóricamente hablando.

¿Cómo puede ser que un garabato diga tanto, si es solo un garabato?

Las cargas de significación que nutren a los símbolos y por ende los significan les dan sentido en un contexto sociocultural determinado, y son muy poderosas y muy reales, porque son producto de las conexiones viscerales que experimentan —ese es el verbo justo, experimentan— en carne propia las personas con ese símbolo.

¿Cómo experimentamos los símbolos?

Si los símbolos son, como definimos anteriormente, elementos u objetos representativos de “una entidad, de una idea, de cierta condición”, los experimentamos siempre mediante el contacto directo o indirecto con la entidad, la idea o la condición a la que remiten. Es decir que los consumidores, las personas, experimentamos las marcas en contacto con el producto o servicio al que esas marcas hacen referencia.

Experimentamos la marca y el universo simbólico de Nike cuando usamos una camiseta con la inscripción Just do it.

Pero nadie está pensando en la pipeta de Nike cuando lleva la camiseta con la estampa Just do it. Porque a nadie le importa el símbolo en realidad: lo que verdaderamente importa, lo que el cerebro humano registra y recuerda con fervor es la metáfora, aquellos conceptos y valores en lugar de los cuales aparece la pipeta de Nike o el eslogan Just do it en un producto de Nike.

Llevar la camiseta con las palabras Just do it nos hace sentir grandes, fuertes, bravos, diferentes, ¿mejores?, seguros, valiosos, ¿importantes?, cancheros, ¿superiores?, nosotros mismos, felices.

La pipeta no importa, el eslogan queda en segundo plano, la publicidad la recordamos apenas esporádicamente, la etiqueta ya la tiramos; el precio, para el público que consume Nike, es un detalle: lo que le importa al cerebro del consumidor es el conjunto de vivencias que experimenta a partir del momento en que este se pone la camiseta de Nike, el producto.

via GIPHY

Lo que muchas marcas no parecen entender todavía es que los consumidores son personas.
Las personas son sujetos lingüísticos; tienen la capacidad de emitir, recibir e interpretar mensajes —en este contexto, mensajes publicitarios—, pero, como seres humanos con cerebros humanos, las personas también son sujetos emocionales. Es más, son inherente y esencialmente emocionales.

Por lo tanto, las vivencias con todos los signos que nos rodean, incluidas las marcas, son siempre, además de lingüísticas, emocionales.

Si los consumidores son personas, y las personas son sujetos emocionales, y esos sujetos emocionales entran en contacto permanente con las marcas a través de vivencias subjetivas con sus productos o servicios, es fundamental reparar en la siguiente verdad:

Las marcas comerciales y el conjunto de signos que las representan (sus logotipos, eslóganes, hashtags, envases, etc.) constituyen un universo simbólico absolutamente vulnerable y permeable, porque el sentido de dicho universo depende, no de los significados que las mismas marcas pretendan construir e instalar mediante sus símbolos y mensajes propios, sino de las experiencias particulares que viva cada persona al adquirir el producto o servicio.
Esto quiere decir que quienes creamos marcas podemos crear mensajes de marca específicos para dirigirnos a los consumidores (informarlos, seducirlos, persuadirlos de que nuestra marca es X cosa, de que nuestra marca hace X cosa, de que nuestro producto tiene X beneficios, de que nuestro servicio ofrece X ventajas), PERO —y este PERO va en mayúsculas, porque es un PERO muy grande, muy importante, muy relevante y muy presente—, por encima y más allá de todo mensaje que genere la marca desde la marca en sí, lo que realmente cuenta, lo que verdaderamente pesa y significa, y define y determina en qué se traduce nuestra marca hoy es la EXPERIENCIA.

La experiencia del cliente o consumidor es imborrable a menos que sufra algún tipo de afección que dañe su memoria para siempre.

via GIPHY

Las experiencias pueden ser físicas (sensoriales y en vivo) o a distancia, pero siempre, absolutamente siempre, son emocionales.

Hoy en día, los consumidores tienen vínculos cada vez más fuertes con las marcas que eligen. Elegir una marca es apostar al universo simbólico total por el que conocemos a esa marca, por el cual la descubrimos, la seguimos, la recordamos, la recomendamos y nos dejamos seducir una y otra vez por sus mensajes para adquirir y consumir su producto o servicio. 

​Sin embargo, cuando el encanto de la publicidad termina, cuando cesan el comercial o la recomendación a la que quedamos expuestos por el boca en boca de un amigo, vecino, pariente o desconocido que la avaló, solo queda una cosa por vivir: la verdad. 
Ese es el momento de la verdad: el momento en que la persona se encuentra con el producto o servicio y vive en carne propia una experiencia positiva o negativa, pero ineludiblemente emocional e ineludiblemente memorable, con la marca. 

EL EFECTO BOOMERANG

Cuando la experiencia es positiva, los beneficios para esa marca son masivos y a largo plazo.

Cuando la experiencia es negativa, los perjuicios para esa marca son masivos y a largo plazo.

No, no es un error de redacción: las consecuencias en ambos casos tienen el mismo peso, la misma magnitud, el mismo potencial de escalabilidad y repercusión.

Esto es lo que llamo el efecto boomerang de la experiencia: dele a sus consumidores una experiencia de m*erda, y m*erda es lo que recibirá.


via GIPHY

Actualmente, gracias a las nuevas tecnologías, el marketing dejó de ser vertical (del departamento de marketing a los consumidores).

La comunicación dejó de ser vertical (del equipo de comunicación a los consumidores).
Actualmente, gracias a las nuevas tecnologías
, los consumidores son prosumidores: colaboran con las marcas que saben escucharlos para crear, diseñar e intervenir los productos que realmente quieren o necesitan y, por consiguiente, van a comprar.
Los consumidores son comunicadores con una influencia enorme en los demás.
Los consumidores son comunicadores con una influencia enorme en los demás: califican las marcas en Google y en redes sociales según la experiencia que han tenido con sus productos o servicios, y si pasaron un mal momento, tienen la posibilidad de ejercer su derecho a réplica con efectos masivos, inconmensurables, sobre la parva de consumidores existentes y potenciales de esa marca.

La revolución digital trajo aparejada una nueva crisis en los modelos de comunicación y un efecto dominó que afecta y seguirá afectando a los campos cada vez más omnipresentes del marketing y la publicidad.

¿Qué pueden hacer las marcas para sobrevivir?

Generar experiencias positivas sin fin, para todas y cada una de las personas que las eligen, independientemente de si hablamos de marcas grandes, medianas o chicas.

Y si se equivocan, si cometen un error, si se mandan una cag*ada, ¿qué pueden hacer las marcas para sobrevivir?
​
Recomponer el vínculo generando una experiencia positiva que deslumbre al consumidor afectado, al punto de contrarrestar en la mayor medida posible la experiencia negativa resultante de ese error.

En otras palabras:

Queridos agentes de la marca:

Sus disculpas no bastan.

Sus promesas de indagar en el problema a ver qué pudo haber pasado, a ver qué pasó con el control de calidad, la gente del departamento técnico, los de laboratorio, etc. ya no son suficientes.

via GIPHY

Las palabras son signos que no logran reemplazar la experiencia y las asociaciones que estas nos disparan.
Sería genial poder retroceder el tiempo para borrar las experiencias negativas de la mente de los consumidores, ¿verdad?
​
Pero hasta tanto esa tecnología aparezca y todas las marcas obtengan acceso a ella, cabe destacar que anular, borrar, eliminar una experiencia negativa de la mente (¿el corazón?) de sus consumidores está fuera del alcance de las marcas. Recordemos que los consumidores son seres emocionales con gran capacidad de recordación.

Por ende:

La única forma que tienen las marcas de mitigar una experiencia negativa con ellas, con sus productos y servicios, con su universo simbólico todo, es generando una experiencia positiva con ellas, con sus productos y servicios, con su universo simbólico todo.

Las disculpas son palabras; las palabras pertenecen a un sistema de signos distinto del sistema de las experiencias. Por lo tanto, las disculpas no logran compensar las malas experiencias.

Una vez más:

La verdadera forma de paliar, mitigar —en todo (con suerte) o en parte— una experiencia negativa es comunicando que la marca quiere y vela por la satisfacción de sus consumidores mediante un signo equivalente: otra experiencia; esta vez, positiva.

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Ante una experiencia negativa, poco valen las palabras, las disculpas compungidas; es menester que una experiencia se compense con otra experiencia, negativo por positivo, y así, solo así y con suerte, pueden las marcas recuperar a sus consumidores, o por lo menos evitar la difamación masiva e irrefrenable que habilitan las tecnologías y los sistemas de calificaciones actuales.

Con amor,
Delfina Morganti Hernández
Persona.

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Delfina Morganti Hernández es creativa publicitaria, traductora, correctora e intérprete de inglés y español, matriculada en el Colegio de Traductores de la Prov. de Sta. Fe, 2.ª Circ., y miembro activo de la Asociación de Profesionales en Marketing (APMKT) de Rosario. Sus principales áreas de trabajo son Marketing y Publicidad, Recursos Humanos, Videojuegos, Educación y Legales. Asimismo, traduce y corrige textos de Periodismo Digital, Turismo, Ficción y Crítica Literaria. Es autora del ebook sobre traducción literaria: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad. Un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria y del libro de poemas en español, inglés y francés Las lenguas que me habitan. The languages within me. Les langues dans ma peau. Ha cursado estudios en Letras y se desempeña como community manager ad honorem del programa de radio online Traductores, al Aire! Actualmente, continúa especializándose en marketing y realizando las actividades artísticas que fomentan su potencial creativo. >> Más info

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